domingo, 8 de noviembre de 2015

LO QUE EL LODO SE LLEVÓ

Armero es quizá uno de los pueblos más conocidos en Colombia, quizá no recordado por su economía algodonera y arrocera que tanto empuje le dio al país en los 80, sino por ser la ciudad borrada por el lodo.

El 13 de Noviembre de 1985 esta ciudad vivió la inclemencia de la naturaleza, al ser el blanco de ataque de la erupción del Nevado del Ruíz, que ya había sido avisada desde el mes de Septiembre del mismo año al que nadie hizo caso.

El dicho que reza “soldado advertido no muere en guerra” nunca fue tomado en cuenta por los ameritas, pues como pueblo de fe ciega confiaba en lo que decían las autoridades gubernamentales y eclesiásticas: “conserven la calma, nada va a pasar”. Sin embargo, sucedió. La noche del 13 de Noviembre de 1985 mientras todos los habitantes descansaban plácidamente en la comodidad de sus casas el Río Lagunilla arrastraba una avalancha de piedras, palos y lodo producto de la erupción del volcán Arenas que se encargaría de cubrir todo el pueblo y dejar 23.000 muertos de los 26.000 habitantes del pueblo. Los que pudieron salvarse fue por milagro de no estar allí o de poder escabullirse a la fuerza de la naturaleza.

Esta tragedia es la fiel muestra de lo ineficientes y estúpidas que puede llegar a ser nuestras autoridades gubernamentales que siendo personas ilustradas y estudiadas en las mejores universidades del mundo siguen teniendo complejo de súper hombres que pueden vencer a la naturaleza. Pues no, el ex presidente Betancourt siempre ignoró las alertas que los especialistas en el tema le mostraron durante dos meses y cómo pensar en ellos si una semana antes un grupo de guerrilla urbana, el M-19 había horrorizado al país tomándose el templo de la justicia  por 28 horas y asesinando a altos magistrados de las cortes y dejando desaparecidos que treinta años después ni suenan ni truenan. Cómo podría pensar el tan perturbado y aturdido ilustre presidente que un volcán con una siesta de 69 años iba a explotar para borrar del mapa a un pueblo, sólo pensó que las alertas eran puro cuento y aún después de la avalancha quiénes llamaron a pedir auxilio también fueron ignorados.

Se necesitó menos de un día y miles de víctimas para confirmar que las alarmas eran ciertas, fue necesario exponer a un pequeño grupo de familias agrícolas a las inclemencias del volcán para constatar la ignorancia con qué son manejados los asuntos  que tocan a los que no hacen parte de la oligarquía de nuestro país. Es por esto justo que los pocos sobrevivientes de la tragedia sientan rabia y rechazo hacía un gobierno que los abandonó a su suerte y no tuve ni siquiera la decencia de advertirles lo que se avecinaba, sólo hizo caso omiso a las advertencias y los dejó a merced de la naturaleza y que después no recibieron la ayuda que necesitaban al haber perdido todo, familia y bienes.


Es inconcebible que hechos tan lamentables tengan que suceder para dar una lección al gobierno y hacerlos dar un alto en la forma cómo manejan los asuntos del país, pues no todo es plata y guerra, también tienen que concentrarse en los asuntos sociales que aquejan a los ciudadanos y a las catástrofes de las que pueden ser víctimas por la naturaleza. No es justo que tengamos que seguir expuestos a lo que piensan y hacen presidentes sordos, ciegos e ignorantes que esperan comprobar las consecuencias de lo que pudo haber sido evitado, treinta años después de un hecho tan grave la realidad no ha tenido muchas variaciones. 


Daniela Duque Campos

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