Armero es
quizá uno de los pueblos más conocidos en Colombia, quizá no recordado por su
economía algodonera y arrocera que tanto empuje le dio al país en los 80, sino
por ser la ciudad borrada por el lodo.
El 13 de Noviembre
de 1985 esta ciudad vivió la inclemencia de la naturaleza, al ser el blanco de
ataque de la erupción del Nevado del Ruíz, que ya había sido avisada desde el
mes de Septiembre del mismo año al que nadie hizo caso.
El dicho
que reza “soldado advertido no muere en guerra” nunca fue tomado en cuenta por
los ameritas, pues como pueblo de fe ciega confiaba en lo que decían las
autoridades gubernamentales y eclesiásticas: “conserven la calma, nada va a
pasar”. Sin embargo, sucedió. La noche del 13 de Noviembre de 1985 mientras
todos los habitantes descansaban plácidamente en la comodidad de sus casas el
Río Lagunilla arrastraba una avalancha de piedras, palos y lodo producto de la
erupción del volcán Arenas que se encargaría de cubrir todo el pueblo y dejar
23.000 muertos de los 26.000 habitantes del pueblo. Los que pudieron salvarse
fue por milagro de no estar allí o de poder escabullirse a la fuerza de la
naturaleza.
Esta
tragedia es la fiel muestra de lo ineficientes y estúpidas que puede llegar a
ser nuestras autoridades gubernamentales que siendo personas ilustradas y
estudiadas en las mejores universidades del mundo siguen teniendo complejo de súper
hombres que pueden vencer a la naturaleza. Pues no, el ex presidente Betancourt
siempre ignoró las alertas que los especialistas en el tema le mostraron
durante dos meses y cómo pensar en ellos si una semana antes un grupo de
guerrilla urbana, el M-19 había horrorizado al país tomándose el templo de la
justicia por 28 horas y asesinando a altos
magistrados de las cortes y dejando desaparecidos que treinta años después ni
suenan ni truenan. Cómo podría pensar el tan perturbado y aturdido ilustre
presidente que un volcán con una siesta de 69 años iba a explotar para borrar
del mapa a un pueblo, sólo pensó que las alertas eran puro cuento y aún después
de la avalancha quiénes llamaron a pedir auxilio también fueron ignorados.
Se necesitó
menos de un día y miles de víctimas para confirmar que las alarmas eran
ciertas, fue necesario exponer a un pequeño grupo de familias agrícolas a las
inclemencias del volcán para constatar la ignorancia con qué son manejados los
asuntos que tocan a los que no hacen parte
de la oligarquía de nuestro país. Es por esto justo que los pocos sobrevivientes
de la tragedia sientan rabia y rechazo hacía un gobierno que los abandonó a su
suerte y no tuve ni siquiera la decencia de advertirles lo que se avecinaba,
sólo hizo caso omiso a las advertencias y los dejó a merced de la naturaleza y que
después no recibieron la ayuda que necesitaban al haber perdido todo, familia y
bienes.
Es
inconcebible que hechos tan lamentables tengan que suceder para dar una lección
al gobierno y hacerlos dar un alto en la forma cómo manejan los asuntos del
país, pues no todo es plata y guerra, también tienen que concentrarse en los asuntos
sociales que aquejan a los ciudadanos y a las catástrofes de las que pueden ser
víctimas por la naturaleza. No es justo que tengamos que seguir expuestos a lo
que piensan y hacen presidentes sordos, ciegos e ignorantes que esperan
comprobar las consecuencias de lo que pudo haber sido evitado, treinta años
después de un hecho tan grave la realidad no ha tenido muchas variaciones.
Daniela Duque Campos
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